miércoles, 29 de junio de 2011

Entierro prematuro

Y llegó el despertar.

Inicialmente, durante un proceso lento y gradual, adquirió la consciencia de lo que, a falta de mejores términos, podríamos denominar como espíritu. Antes de eso, oscuridad absoluta. Y luego de abrir los ojos se preguntó si realmente esto era si, ya que las penumbras que le rodeaban lo sumergían todo en su seno.

Y llegó el desconcierto.

Yacía en una superficie dura, lisa, áspera, que al tacto con la piel de sus dedos no hacia sino recordarle la textura a madera. Antes de eso, su cuerpo descansaba sobre un mullido colchón. Y luego de comprobar que aquella no era su cómoda cama se preguntó si realmente había despertado de su letargo.

Y llegó la desesperación.

Una y otra vez intentaba levantarse de aquel habitáculo, y una y otra vez su cuerpo se topaba con la misma superficie leñosa, que le envolvía, le oprimía, le constreñía a escasos centímetros suyos, mientras el penetrante olor a tierra húmeda nublabale por completo los sentidos y a sus oídos llegaba el inquietante crujir de la presión que esta ejercía sobre el habitáculo. Antes de eso, disfrutó del aire libre, antes de rendirse al sueño, paseando por el cuidado y frondoso jardín privado de su mansión. Y luego de la creciente sensación de asfixia y claustrofobia, en concordancia con el aumento de su ritmo cardiaco, se pregunto si aquello no seria el loco sueño de algún demente.

Y llegó el terror.


Sangre fresca le brotaba por los nudillos. Entre uña y carne, esta mezclabase con la madera de las paredes que, a su vez, eran las únicas interlocutoras de su habitante, las únicas que escuchaban los incesantes y desgarradores alaridos que emanaban de la castigada garganta del hombre encerrado. Gritos de puro espanto, surgidos desde lo más profundo del alma, que harían estremecer de horror hasta el personaje más duro. Sangre, sudor, lágrimas, tierra. Todo ello mezclado homogéneamente con otras tantas cosas inmateriales. Sensaciones arraigadas en lo más profundo del subconsciente colectivo, emergidas ahora a la superficie ante uno de los terrores más primitivos de la humanidad. Mientras, de fondo, sentía aproximársele, lentamente, el frío y letal hedor de la parca. Antes de eso, era él, como espectador, quien presenciaba parecidos tormentos infringidos en el cuerpo de otros. Y luego de destrozarse las manos y las cuerdas vocales al golpear inútilmente la caja con furia, con rabia, con la fuerza solo aparecida en casos extremos, al son de los desesperados llamamientos de socorro, se preguntó si realmente ese sería su final.

Y llegó la esperanza.

¡Si, lo recordaba! Tan cansado estaba anoche que directamente se desplomó en su lecho sin ni siquiera mudarse de ropa. En el bolsillo interno de la lujosa chaqueta podría hallar la llave de su salvación. Nunca se despegaba de su teléfono móvil. Con manos temblorosas se palpó la zona señalada y ¡si! allí sin duda se encontraba el aparato. Mas ¡Ay, si pudiera expresarse en palabras cual pavorosa sorpresa sintió cuando descubrió el instrumento! Se trataba de una máquina, sin duda, pero no la esperada. Una cifra de cuatro dígitos era lo mostrado en pantalla. Una cuenta atrás. Los segundos que le separaban de la eterna sombra. Un gélido escalofrió le recorrió la espalda. Antes de eso, había proporcionado a otra persona un aparato similar, una única vez, en similares circunstancias. Y ahora, como un espectro de ultratumba, su rostro, clara y nítidamente, se mostraba ante el.  ¿No seria acaso, ahora que estaba a punto de adentrarse al valle de las sombras, que los fantasmas del pasado surgieran para acompañarle, atormentándole, en su último viaje? Y luego de intentar discernir en que zona del fino umbral que separa la lucidez de la locura se encontraban sus visiones, se preguntó si aquello que veía al fondo de la caja, frente a sus pies, no sería acaso otra alucinación.

Y llegó la desolación.

Podía ver como al final del cajón algo brillaba. Resplandecía de tal forma que ignoraba como hasta ese momento se le hubiera pasado por alto. ¿Fue el terror el que le impidió verlo? ¿O por el contrario, había surgido de la oscuridad? ¿Algún producto de su alocada imaginación? De cualquier forma la mancha, inicialmente diminuta, crecía. Aumentaba de tamaño, se agrandaba por momentos hasta formar una forma definida. Eran letras. Antes de eso, la memoria le escupió el recuerdo de un día de su infancia, cuando su hermano, el mismo cuyo rostro hacia escasos segundos se había revelado ante el, le enseñó, de forma practica, tras haber destrozado uno de sus juguetes, el Código de Hammurabi. "Ojo por ojo", rezaba la creciente inscripción de la caja. Y luego de sentir un horror indescriptible, que invadió completo la mas remota fibra de su ser, notó como las infinitas sombras que le envolvían, la implacable y letal Amenaza, siempre paciente, que desde el inicio de aquella vida siempre había presentido, se cernían, en su inmensidad, sobre él.

Y llegó la Muerte.


1 comentario:

  1. Este es el primer relato de "terror" que escribo (dudo de que de miedo), por tanto, y debido a mi inexperiencia en ese género, por favor, pido que me comenteis sobre los puntos positivos y los, por supuesto, negativos.

    PD: El título es el mismo que el de una especie de relato/ensayo de Edgar Allan Poe, pero eso si, solo comparte el título y el tema, por lo demás no tiene nada que ver con el mio e indudablemente, el suyo es mejor.

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