viernes, 30 de noviembre de 2012

Menos validos



¿En que se parecen un ciego, un sordo,  un manco, un tetrapléjico, un mudo, un síndrome de Down o un parapléjico? Y no, no es un chiste, es una pregunta seria.
Y es que al visualizar estas palabras, de inmediato nos pasan por las mientes conceptos tales como discapacidad, deficiencia o minusvalía. Palabras fuertemente arraigadas en nuestro lenguaje cotidiano. Sin ir más lejos, la gente, una vez alcanzado el punto denominado: “estoy hasta los huevos de encontrar un sitio para aparcar el coche”, llega en ocasiones al recurso de hacerlo en una plaza reservada para “minusválidos”.  Lugares de similar nombre encontramos en los lavabos o pensiones públicos.  No en vano, en nuestras propias leyes jurídicas encontramos el uso de tal terminología para designar a “esas personas especiales”. Tomémonos, sin embargo, un momento para analizar tales palabras, empezando por conocer la definición de las mismas facilitadas por la OMS, a saber:
  1. Deficiencia:
“Es toda perdida o anomalía de una estructura, o función psicológica, fisiológica o anatómica.”
“Una deficiencia es toda perdida o anormalidad de un órgano o de la función propia de éste (1980-83).
  1. Discapacidad:
“Es toda restricción o ausencia  (debido a una deficiencia) de la capacidad de realizar una actividad de la forma, o dentro del margen, que se considera normal para un ser humano”. Para la OMS. Vendría a ser la consecuencia que la deficiencia produce en la persona.
  1. Minusvalía:
 “Es una situación de desventaja para un individuo determinado,  de una deficiencia o de una discapacidad, que limita o impide el desarrollo de un rol que es normal en su caso, en función de la edad, sexo y factores culturales y sociales.”

Ahora bien, me gustaría resaltar aquello de “…que se considera normal para el ser humano”. Porque, sinceramente ¿Qué consideramos como tal? Si querer extenderme en este tema para profundizar más en una próxima ocasión, intentaré esbozar, a grosso modo, una posible respuesta a esta pregunta:

Partamos de la premisa de que toda sociedad, (habida o por haber) fue, es o será imperfecta. Ahora bien, para poder organizarnos y convivir en este océano de caos al cual denominamos mundo, tendemos a construir nuestras sociedades entorno a una idea, creencia o concepto perfectos. Nos encontramos, por tanto, con que estos modelos son escogidos por convenciones entre la mayoría de los integrantes de un colectivo en base a un contexto histórico, político, económico, social o cultural determinado, y por tanto, no son conceptos "verdaderos y eternos", sino subjetivos y sometidos al cambio. Además, dadas las características del ser humano, tales modelos de perfección nunca podrán ser alcanzados.
 Aceptamos, no obstante, este modelo como el estándar, "lo normal",  al ser la visión compartida por las mayorías. ¿Que ocurre, entonces cuando un colectivo dentro de una sociedad no es partícipe de esta concepción del mundo? La respuesta es simple: discriminación. Múltiples ejemplos han pasado ante los ojos del tiempo y han perdurado hasta nuestros días, como la discriminación a las mujeres, a los extranjeros y, sobre todo, a los "minusválidos", personas que, como indica el término, son "menos válidos" que las personas "normales".

jueves, 22 de noviembre de 2012

Otra noche más. #1

Otro día más que se me hacen las 2, las 3, y sigo sin poder dormirme. 

Me encontraba tranquilo, el día había transcurrido como todos últimamente: aburrido y carente de emoción. La repetición y rutina que provoca en mí el sistema educativo creo es que es un poco más hiriente que en el resto, que la asumen y hacen todo lo posible por romperla. Yo simplemente no la asumo. Quizás por eso me duela más el inexistente sentido hacia el que se dirige la humanidad en su conjunto...

Sin embargo, al pasar los minutos, las horas, mi situación se fue desviando de su finalidad, que era conciliar el sueño, y caí en una espiral de pensamientos ridículos y fechas absurdas. Parecía ser un delirio normal, de los que le dan a cualquier persona, pero entonces oí unos pasos y, a los pocos segundos, ella irrumpió en mi habitación, despotricando y alterándome de una forma que ya se estaba haciendo casual.

-¡Otra vez igual! ¿Pero es que tú no aprendes nada?
-Hombre, pues si me lo preguntas así te podría contestar que...
-¡A callar! ¿Cómo puedes ser tan grosero?
-Pero si eres tú la que ha entrado aquí perturbando mi tranquilidad...
-¿Pero qué dices? ¡Tú tranquilidad depende totalmente de mí! 
-¡Hala...! Tampoco cabe exagerar de esa forma...
-¿Exagerar? ¿Crees que preocuparme por ti es exagerar?
-A ver, creo que nos estamos confundiendo...
-¿Estás diciendo que no me preocupo por ti? ¿Es eso? ¡Encima!
-Pero, pero, ¿pero qué...?
-¡Creo que ya me ha quedado bastante claro con quién estoy hablando! ¿Sería su majestad tan amable de poder perdonar a esta humilde sirvienta que sólo intentaba ayudar?
-Vaya dramón estás haciendo de esto, de verdad.
-¡Oh! ¿Así que ahora soy actriz? ¿Y soy de Hollywood o de Culebrón?
-Yo diría que ambas -susurré casi imperceptiblemente-.
-¡Vaya! ¿Y cómo se come eso?
-Pues mira, primero le echas un poco de sal, entonces lo calientas un poco en el micro y...
-¡Déjate ya de tonterías! ¿No eres un poco mayor para estas cosas?
-¿Por qué? Vamos, dime por qué soy mayor.
-...
-Venga, di que soy mayor por mi edad. O mejor, di que soy mayor por mi madurez. ¿O quizás es porque es como me siento? Vamos, sorpréndeme.
-¿Adónde pretendes llegar con esto?
-A donde haga falta. ¿Quieres acompañarme?
-No me queda otra...