Y llegó el despertar.
Inicialmente, durante un proceso lento y gradual, adquirió la consciencia de lo que, a falta de mejores términos, podríamos denominar como espíritu. Antes de eso, oscuridad absoluta. Y luego de abrir los ojos se preguntó si realmente esto era si, ya que las penumbras que le rodeaban lo sumergían todo en su seno.
Y llegó el desconcierto.
Yacía en una superficie dura, lisa, áspera, que al tacto con la piel de sus dedos no hacia sino recordarle la textura a madera. Antes de eso, su cuerpo descansaba sobre un mullido colchón. Y luego de comprobar que aquella no era su cómoda cama se preguntó si realmente había despertado de su letargo.
Y llegó la desesperación.
Una y otra vez intentaba levantarse de aquel habitáculo, y una y otra vez su cuerpo se topaba con la misma superficie leñosa, que le envolvía, le oprimía, le constreñía a escasos centímetros suyos, mientras el penetrante olor a tierra húmeda nublabale por completo los sentidos y a sus oídos llegaba el inquietante crujir de la presión que esta ejercía sobre el habitáculo. Antes de eso, disfrutó del aire libre, antes de rendirse al sueño, paseando por el cuidado y frondoso jardín privado de su mansión. Y luego de la creciente sensación de asfixia y claustrofobia, en concordancia con el aumento de su ritmo cardiaco, se pregunto si aquello no seria el loco sueño de algún demente.
Y llegó el terror.